Tres cuartos de cuartilla para Manolo: Poltergeist

 «Cuando nuestros miedos estén prácticamente serializados, nuestra creatividad censurada, nuestras ideas comercializadas, nuestros derechos vendidos, nuestra inteligencia transformada en eslóganes, nuestra fuerza reducida, nuestra intimidad subastada; cuando la treatralización, el valor en términos de espectáculo y la mercantilización de la vida se hayan completado, nos descubriremos viviendo no en un país, sino en un consorcio de industrias que nos resultará del todo ininteligible, excepto lo que veamos por una pantalla, oscuramente.»

- Toni Morrison, extraído de «El racismo y el fascismo»: The Nation, 29 de mayo de 1995


        Carol Anne no está en la cama. Percibo un rumor que proviene del salón. Bueno, estará viendo la tele, cosa que tampoco me preocupa. Para bien o para mal, los feriantes de las más diversas parrillas televisivas y saltimbanquis licenciados en opinología universal andan como pájaros enjaulados. Pero, lamentablemente, muchos ornitólogos provenientes de universidades semejantes a Harvard o Princetown tampoco reconocen ya al pájaro por su modo de volar. La última como arrolladora victoria del paquidermo Donald Trump resulta inexplicable si se fundamenta en un mal encuadre de un marco analítico ya obsoleto, inservible para nuestra sociedad posmoderna. Y con razón más de uno se encoge de hombros cual John Travolta en Pulp Fiction, mirando en derredor, mostrando un gesto de incertidumbre. Atonalismos aparte, los reductos socioculturales diseminados por doquier, acaso el lema de campaña convertido en movimiento político y denominado MAGA (Make America Great Again) nos sirven para señalar un posible punto de partida, reconocible en la Pax Americana surgida tras la Segunda Guerra Mundial. Los libidinosos sueños de Trump y sus secuaces no solamente son síntomas de una idiosincracia tan perdida como el USS Enterprise del capitán Kirk y cía, sino un explícito contraenvite  en una realidad incapaz de asimilar, un rechazo frontal ante los retos asignados por la posmodernidad. Una ansiedad que ha ido avanzando en sincronía con el capitalismo de Mr. Monopoly hasta niveles propios de la esquizofrenia, estimulado además por la exaltación de la imagen, la fragmentación de la narrativa o la rutilante como expiatoria creencia del consumismo como salvoconducto existencial, han facilitado un giro planetario hacia un escenario propio de The Thing en su versión carpenteriana. Pero la desinformación propiciada por los propios medios y el avance de la digitalización que desfila sobre alfombras rojas y han permitido hacer de la política un espectáculo aún más fétido con personajes aún más horripilantes que los que se puedan extraer de una novela de John Dos Passos o Robert Penn Warren, también han facilitado este raccord. «La gente no vota por amor, vota por miedo», llegó a decir Anthony Hopkins reencarnando al Nixon de alguna olvidada película de Oliver Stone. 

             Trump y sus adláteres son el manifiesto deseo de retornar a un idealizado pasado inexistente o, si se precia con afán de hacer rabiar a más de uno, al útero materno jungiano. A diferencia de otros movimientos reaccionarios habitados en el pasado, el neofascismo de nuestro tiempo anula toda posibilidad de futuro y señala un rumbo a contracorriente: retornar a la familia opresiva y tradicional, a los ensalmos y la cruz, el restablecimiento de una sociedad patriarcal y jerarquizada, aderezada con un carcomido patriotismo y sin renunciar a la segregación racial como social; una economía entendida como un casino del Hotel Riviera de La Habana, destruyendo el medio ambiente con inveterado afán. Pero también abraza una política no entendida como categoría transformadora, sino como un espacio VIP donde la plutocracia pueda establecerse y lucrarse impunemente y, a ser posible, sin mala conciencia. En suma, es la idea de un terrorífico Pleasantville cuyos habitantes exhiben una felicidad artificiosa, basada en el consumismo que simula emociones y mercantiliza el intelecto transformado en eslóganes y convertido en relleno para Quiz-Shows competitivos, emitidos en prime time. Noto un temblor, una sacudida. ¿Un terremoto? Veo a Carol Anne: «Ya están aquí».

            





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