Hay escuchas no tan alejadas de la picadura de un áspid y que no supongan un timo frenopático. Pentagramas melódicos que, cual un melting-pot, guisan soul, funk, elencos sonoros extraídos del mercado o una charla -sazonado con beats, riffs y punteos de guitarras eléctricas- hasta llegar a asimilarse a partituras fílmicas de una cinta quizá ya filmada o que ha de rodarse. Así podría definirse la música de Charif Megarbane, compositor libanés que no reside en Lisboa por casualidad. Porque, quien ha creado ochenta álbumes en apenas diez años, posee un alma pessoano, deudor de múltiples heterónimos, bandas musicales y sus correspondientes biografías ocultas en una ficción cuyo sonido escapa y se anida en el trampantojo de la realidad.
Acorde a estos tiempos de mascaradas, Megarbane huye de las apariencias, finta a los idólatras y se concentra en una máxima malinterpretada o comercializada como es la creatividad. Porque lo suyo sí es una creación pura, sostenida sobre la tierna memoria sensorial y cruda, evocando residuos sincopados cuyas vibraciones vuelve a pulir e insertar en su obra. Como él mismo confiesa, Megarbane abandona toda teoría o argamasa musical, el academicismo convencional dejándose guiar por la intuición. Travieso juega con diversos instrumentos, ritmos y arreglos que permiten abordar la música con una sensibilidad desbordante, generando una narrativa contestataria frente a los marcos hegemónicos del presente. Ya en discos como Noble Wobble (2015), pero también en sus posteriores discos como Marzipan (2023) hay claras reminiscencias a compositores como Ennio Morricone o Ahmed Malek, aunque también a las obras eclécticas de Hamid Al-Shaeri, Giuliano Sorgini o del gran Ziad Rahbani. Pero su porosidad va más allá, generando un tejido musical que no deja de lado siquiera al afro-beat o a la lejana psicodelia de tiempos utópicos, ensamblados con un prodigioso equilibrio y manifestando una portentosa sensibilidad capaz de agitar a cualquier errático oyente.
Al margen del mainstream y su industria trituradora, Charif Megarbane dispone un groove no solamente con cimientos sólidos, con fundamentos de reivindicación histórica y de estilos como obras sepultadas -casi desvanecidas-, sino sobre la cual elabora unas estructuras sonoras refulgentes. Son, en suma, un convite para alimentar una sensibilidad en peligro de extinción.
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